
El deseo de lucir bellas es tan ancestral como la existencia misma de la mujer. Mucho antes que las princesas egipcias usaran pigmentos para colorear sus párpados y pómulos y que las musas helénicas delinearan sus cejas, ya se usaba el agua termal como garantía de lozanía, y fuente de juventud y salud.
Como aliada cosmética, el agua termal se puede utilizar en cualquier momento del día. Al despertar, energiza la piel y a activar la circulación sanguínea. Por la noche, puede usarse para retirar la crema desmaquillante y conseguir una perfecta limpieza del cutis. Durante el día, cada vez que la piel lo reclame; en caso de enrojecimiento y acaloramiento, para refrescarla o descongestionarla después de haber estado expuesta al frío, al sol o a la sequedad del aire acondicionado. También es muy efectiva para suavizar los rasgos fatigados.
Solo un consejo: si usas una que viene en aerosol, después de rociar el rostro, déjala actuar unos instantes y sécala de forma delicada, sin frotar, con la ayuda de una servilleta de papel absorbente. En otras presentaciones, aplícala con la palma de la mano o con un algodón y, de nuevo, sécala suavemente después de uno o dos minutos. Es importante secarla, si no lo haces el agua termal se evapora y lleva con ella el agua natural de la epidermis, deshidratándola.
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